domingo, junio 06, 2004

MÁS MERCANCÍA AVERIADA que La Vanguardia y su corresponsal en Nueva York, Andy Robinson, pasan a sus lectores. Tras haber presentado la semana pasada como incuestionable un libro conspiranoico sobre el 11-S, escondiendo el que el principal avalista, un "profesor universitario de enorme prestigio" de supuesta imparcialidad era en realidad el autor del prólogo, hoy regurgita la vieja acusación del vuelo secreto que sacó de EEUU a varios miembros de la familia extensa de Bin Laden pocos días después del atentado contra el World Trade Center y el Pentágono:
Uno de los capítulos más extraños de la turbia historia del 11-S es la salida de Estados Unidos de unas 300 personas de nacionalidad saudí, entre ellos 23 miembros de la familia Bin Laden, durante los días después de los atentados.

Aunque los saudíes –muchos de ellos poderosos miembros de la elite del reino árabe residentes en Estados Unidos– se marcharon después de que la prohibición sobre vuelos internacionales fuese parcialmente levantada el 13 de septiembre, hay una creciente sensación de incredulidad de que los familiares de Ossama Bin Laden y otros importantes saudíes pudieran salir de Estados Unidos sin participar en una investigación criminal sobre los atentados. 15 de los 19 presuntos secuestradores eran de nacionalidad saudí.

Para Craig Unger –ex director del respetado semanario “New York Observer” y autor del libro “House of Bush, House of Saud”, que está a punto de editarse en español–, no hay forma de explicar la decisión: “En una investigación habitual sobre un asesinato, lo normal sería entrevistar a familiares, amigos, compañeros de trabajo. Esto debería haberse hecho”, dijo en una entrevista. Aunque hasta la fecha los grandes medios en Estados Unidos han rehuido el tema –“queda fuera de su zona de comodidad”, dice Unger–, “The New York Times” publicó un artículo suyo la semana pasada titulado “La gran fuga”. “Fahrenheit 911”, el nuevo documental de Michael Moore –en el cual Unger es entrevistado–, generará más interés en una cuestión potencialmente explosiva para la campaña presidencial de George Bush.
Tenía que salir Moore y la atribución de que el hecho se produjo por las amistades peligrosas de Bush, por supuesto:
Este trato preferencial –que Unger cree un resultado de la estrecha relación entre el poder en EE.UU. y Arabia Saudí, y concretamente entre la familia Bush y la casa de Saud– dejó salir del país a personas que podrían haber ayudado en la investigación sobre los atentados. “Hay que creer en la presunción de inocencia, pero hay indicios de que no eran inocentes todos los que se marcharon.” Nombra concretamente a Aziz Abdul Bin Salman, uno de los príncipes más poderosos del reino saudí, que salió de Estados Unidos el 13 de septiembre en un vuelo desde Lexington. Este era uno de los miembros de la familia real saudí acusados de tener vínculos con Al Qaeda por un presunto integrante de la red terrorista entrevistado por la CIA en Pakistán en marzo del 2002.
Según quién hubiese dicho esto, sería automáticamente acusado de emprender una caza de brujas, al extender las culpas de lo que alguien haya hecho a todas las personas relacionadas con él.

Pero el pecado periodístico (por pereza o incompetencia) de Andy Robinson es que, como ya comenté en un post anterior, esas afirmaciones han sido debidamente rebatidas con pruebas desde hace meses. Y no sólo en Spinsanity (no una, sino dos veces) o Snopes, sino por el mismísimo Richard Clarke, quien se suponía iba a ser la bala de plata que iba a acabar de una vez por todas con el malvado tejano. Clarke confirmó tanto en la comisión de investigación del 11-S hace unas semanas, como en una entrevista en la revista The Hill, que había sido él mismo quien había autorizado esos dos vuelos de salida de los EEUU tras asegurarse de que todos sus ocupantes hubieran sido debidamente investigados por el FBI, y que ninguno de ellos tuvo lugar hasta el 18 de Septiembre, una vez se levantaron todas las restricciones del espacio aéreo. No el día 13 como escribe Robinson, cuyo trabajo debería incluir comprobar lo que les dicen sus entrevistados; especialmente cuando sus afirmaciones escandalosas pueden dar un empujoncito a las futuras ventas de la edición española de su libro, a punto de aparecer en librerías.