ES EVIDENTE que las secciones de opinión de los periódicos no están sujetas a los mismos criterios periodísticos que las secciones estrictamente informativas. Los autores de las columnas están expresando opiniones que, como tales, son libres, y es bueno que así sea.
Pero de ahí a que una columna de opinión se convierta en una pura pieza de ficción hay un trecho, y un periódico serio distingue entre ambas cosas, evitando la pura fabulación de sus colaboradores invitados. No es el caso de El País, que publica sin miramiento una columna de Karol Kewres Karol sobre Rusia y el, según él, mitificado antisemitismo (registro o Bugmenot.com). Karol empieza con una afirmación tan falsa que hasta daría risa si no fuera un tema tan serio:
El antisemitismo ha existido y sigue existiendo en todos los países cristianos. En Estados Unidos, por ejemplo, hay clubes, bancos o incluso hoteles que no admiten judíos.Pese a todo, la comunidad judía no se siente molesta por estos hechos y nunca habla de ellos.Así, tal cual: sin aportar un solo ejemplo (obviamente no podría) afirma que nada menos que en EEUU, hay clubes, bancos y hoteles que son judenrein, y no es que no se hayan enterado los de la Anti-Defamaton League o el Simon Wiesenthal Center, sino que lo saben perfectamente y encima lo encuentran chachipiruli. Por cierto que alguien me explique cómo cuadra eso con la típica acusación de que el lobby judío está a sus anchas en EEUU y que además mueve los hilos de las finanzas; resultaría que habría quien supuestamente no podría entrar en el banco que está controlando desde bambalinas...
Sigue Karol:
Pero, paradójicamente, es la URSS, país que salvó al mayor número de judíos y donde no hubo ni un ápice de antisemitismo durante la guerra, la que recibe los mayores reproches. Como testigo de aquella época, me gustaría hacer ciertas puntualizaciones.Y son puntualizaciones en las que se centra en un período concreto de la historia en que el enfrentamiento entre la Rusia de Stalin y la Alemania de Hitler hizo que por algún momento los intereses de aquélla se alinearan circunstancialmente con las víctimas del Holocausto. Pero olvida la historia anterior y posterior: el origen ruso del panfleto de cabecera de todo buen antisemita -los Protocolos de los Sabios de Sión-, o que la palabra pogromo es de origen ruso y ello no es por azar, ya que fué en Rusia donde se generalizó la práctica en los primeros años del siglo XX. Pero, sobre todo, Karol esconde -es imposible que lo ignore- todos los episodios de variado tipo y condición con los que Stalin estuvo a punto de terminar lo que Hitler dejó a medias.
Karol niega que Stalin fuera antisemita, porque un amigo suyo le comenta que en ningún libro de Stalin hay una palabra crítica contra los judíos ni difamaciones contra el judaísmo como fe. No estoy en condiciones de discutirlo, pero si eso es cierto está claro por qué: estaba demasiado ocupado machacándolos -y no sólo a ellos, sino a la mayoría de la población rusa- como para ponerse a escribir.
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