JESÚS CACHO:
Es inevitable, a la par que justo, reconocer que la imagen castigada del Monarca impetrando la clemencia pública provoca un sentimiento de piedad, de compasión incluso, que subliminalmente apela al mismo tiempo al ejercicio de la obra de misericordia de permitirle continuar en el ejercicio de sus “obligaciones” como si nada hubiera pasado. Lo que ocurre es que quien se somete a la caridad de los españoles no es un político cualquiera –por cierto, sería todo un detalle que el zángano de Rodríguez Zapatero se disculpara antes los españoles por la herencia de sus casi ocho años-, sino el titular de la Corona, quien, al renunciar a la Maiestas con el Sr. Gillontin por testigo, se iguala al común de los mortales para, en un lampedusiano y revolucionario ejercicio de estilo, tratar de conseguir que las cosas parezcan distintas aunque todo siga igual.
Muy difícil empeño.
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