UNA EXPLICACIÓN SENCILLA —aunque en inglés— de lo que supone la sentencia del Tribunal Supremo de EE.UU. sobre la reforma sanitaria de Obama. Es sin duda una victoria para él, curiosamente conseguida gracias a John Roberts, un magistrado a cuyo nombramiento por Bush se opuso con uñas y dientes (¿recordáis todos esos lamentos de que el pérfido Bú había conseguido que el Supremo jamás fuese a dictar resoluciones progresistas? Debían de creer que el alto tribunal yanqui es como el Constitucional español, es decir, la voz de su amo; ignoraban que el sistema político y judicial norteamericano funciona muy, pero que muy distinto).
Es una victoria, por mucho que lo sea con un argumento legal que no era el utilizado por Obama: el legislador, dice el Supremo, no tiene potestad para obligar a los ciudadanos a entablar relaciones contractuales,. Pero afirma que el mandato individual en realidad es un impuesto, y el Congreso sí tiene poder para establecer impuestos.
Lo que falta por ver es si se convierte en una victoria pírrica, galvanizando a los republicanos en torno a la causa de derogar la reforma si ganan en noviembre. En ese sentido, tienen media campaña hecha sólo con el vídeo en el que Obama negaba a George Stephanopoulos, casi ofendido, que el mandato individual fuera un impuesto. No está claro que este tema por sí sólo sea suficiente como para ganar las elecciones; Romney tiene unas cuantas vulnerabilidades, entre ellas el haber aprobado una reforma sanitaria muy similar en Massachussetts cuando era gobernador. Los republicanos tendrán que hacerlo con mucha mano izquierda, explotando el rechazo atávico de los estadounidenses a los impuestos, pero sin pasarse de frenada, algo que para su desgracia suelen hacer. Y tampoco está claro que Romney derogue la reforma sanitaria de un plumazo si ganan; hubo tanta o más oposición a Medicare y Medicaid en los años 60, y ahí están.
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