LAS REÑIDÍSIMAS ELECCIONES presidenciales de EEUU hoy, más que en torno a la economía en general, se decidirán en torno a una perspectiva concreta de ésta: si el país está o no mejor que hace cuatro años, y si 'cuela' en el electorado la narrativa obamita de que todo se debe a una situación heredada de la administración Bush. Objetivamente lo primero está claro, la economía estadounidense está peor en datos clave como el paro: el 7,9% actual es más alto que el 7,8% que dejó Bush al salir de la Casa Blanca (aunque se dice que ningún presidente ha sido reelegido con ese nivel de desempleo, lo cierto es que en 2008 tampoco se había elegido antes a un presidente negro, con lo que este dato en sí no es determinante), y los billones tirados por la ventana en políticas de estímulo han servido de bien poco. De hecho, volviendo al desempleo, éste está peor que las proyecciones hechas por la administración Obama para el caso de que no se hubiese aprobado el paquete de estímulo, así que no se puede decir que hayan sido precisamente un éxito.
En cuanto a lo segundo, los demócratas se han esforzado mucho en alegar que si el país está como está no se debe a ellos sino al desastre que les dejó Bush. Ciertamente el tejano no les pasó un caramelito, pero tampoco es como si el problema le hubiese caído a Obama del cielo cuando pasaba por ahí. Obama conocía y denunciaba la situación, se postuló activamente como el que iba a arreglarlo: en eso basó la campaña electoral que lo llevó a la Casa Blanca. Pero los datos objetivos, ay los datos objetivos, indican que no ha arreglado nada: no ha reducido el paro como prometió; dijo que iba a reducir el déficit público a la mitad y lo ha duplicado; y del nivel de endeudamiento público mejor ni hablar. Así que, como decía, se trata de ver si los votantes le hacen rendir cuentas por ese fracaso o si se 'tragan' la narrativa demócrata. Y en eso --demostrar la incapacidad de Obama para cumplir lo que anunció al tomar posesión-- es en lo que se basa el que Romney haya sorprendido a tanta gente demostrando ser un candidato mejor, más efectivo de lo que creían: en que ha conseguido precisamente destacarlo.
Por supuesto hay otros factores en juego, como la constatación de que el país está más polarizado que antes y no menos, como prometió Obama; el que haya sido incapaz de llegar a acuerdos de gran calado con la oposición (que no se lo ha puesto fácil, es verdad, pero es que es él quien tenía los resortes para hacerlo y quien había prometido que lo haría); el reciente fiasco del consulado de Benghazi y las mentiras de la explicación oficial; o el incumplimiento de la promesa de cerrar Guantánamo y, a la vez, el uso indiscriminado del asesinato nada selectivo de terroristas (escribo 'nada selectivo' por el alto número de víctimas colaterales). Son factores importantes, desde luego --y hay más, que sería prolijo detallar--, pero no debemos engañarnos: en este momento, el gran, el casi único driver para los votantes es la economía. Será ésta la que movilice, por un lado, a republicanos ansiosos de hacer de Obama un Carter II y, por otro, también a demócratas que vean en peligro el segundo mandato de su presidente. Y aún más importante, será la economía la que previsiblemente desmotivará a buena parte de la base electoral que aupó a Obama a la presidencia en el 2008 y que hoy, desencantada, quizás se quede en casa. El resultado final, la ansiada presidencia de EEUU, dependerá de cuántos haya de unos y de otros. Lo sabremos en pocas horas.
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