Dije que hablaría de Italia, pero los acontecimientos de la semana me obligan a hablar de nosotros, porque el golpe de la última EPA ha hecho añicos cualquier expectativa de recuperación que pudiera venir de la mano de éste gobierno: cada una de sus promesas ha ido mordiendo el polvo a lo largo de quince meses hasta llegar a la confesión de parálisis y de impotencia que resulta del cuadro de previsiones macroeconómicas, aprobado por el Consejo de Ministros del pasado viernes. Más que el contenido de las previsiones, ya conocidas por todos, nos han sobrecogido las caras y los titubeos de la vicepresidenta y de los ministros actuantes en la rueda de prensa, sobre todo la risa nerviosa del de Hacienda. Eran, a mi juicio, la fotografía de un gobierno sonado que sabe ya que del programa electoral que vendió a los españoles en el otoño de 2011 prácticamente no va a cumplir ni una coma. Se percibe un no saber qué hacer y por ello se recurre al proverbial expediente de los proyectos administrativos y la constitución de comisiones varias, acompañando todo de más subidas explícitas o encubiertas de impuestos, arrumbando la transitoriedad de las que ya realizaron al dar los primeros pasos de la legislatura. El Presidente del Gobierno, cuyo crédito está como el que conceden los bancos a la economía, anuncia que comparecerá en las Cortes, aunque ya ha manifestado que esto es lo que hay y que paciencia. Le ha faltado añadir, después de mí, el diluvio.
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