Al final, a los izquierdistas que no queremos tener eso, sino democracia, solo nos queda la perplejidad o el sarcasmo. La perplejidad ante las tragaderas estéticas que hacen falta para apoyar a ese Berlusconi bolivariano que fue Chávez; el sarcasmo ante el lloriqueo por televisión de Maduro: el Arias Navarro de este Franco. Nunca me acostumbraré a la diferenciación ideológica entre fantoches. Ni me explicaré qué dispositivos hay que tener en el estómago, no solo para que no repugnen todos por igual, sino incluso para poner a unos como modelos. En lo que a mí respecta, veo a Pinochet y a Castro, a Trujillo y a Chávez, como formando parte de una misma tradición que deploro: la del tirano latinoamericano. Esa misma de la que se declaraba hastiado Caetano Veloso en Podres poderes [Poderes podridos]: “¿Será que nunca haremos / sino confirmar / la incompetencia de la América católica / que siempre precisará / de ridículos tiranos?”.
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